jueves, 14 de noviembre de 2013

Elegía.

“...Alimentando lluvias, caracolas y órganos, mi dolor sin instrumento. A las desalentadas amapolas daré tu corazón por alimento.

 Tanto dolor se agrupa en mi costado, que por doler, me duele hasta el aliento. 

 Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado. 

 No hay extensión más grande que mi herida, lloro mi desventura y sus conjuntos y siento más tu muerte, que mi vida. 

 Ando sobre rastrojos de difuntos, y sin calor de nadie y sin consuelo voy de mi corazón a mis asuntos. 

... 

  No perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada. 

 En mis manos levanto una tormenta de piedras, rayos y hachas estridente, sedienta de catástrofes y hambrienta. 

 Quiero escarbar la tierra con los dientes, quiero apartar la tierra parte a parte, a dentelladas secas y calientes. 

 Quiero minar la tierra hasta encontrarte y besarte la noble calavera y desamordazarte... y regresarte. 

 Volverás a mi huerto y a mi higuera: por los altos andamios de las flores pajareará tu alma colmenera de angelicales ceras y labores. 

 Volverás al arrullo de las rejas de los enamorados labradores...“ 


 Hoy, Miguel Hernández me presta algunos versos de su Elegía, para entonar unos sentimientos que ni yo misma sé nombrar. Mientras, espero que los días pasen rápidos, y poder recordar tal y como ella merece, sin dolor, como una hermosa parte de mi memoria, de mi historia, de mi sangre, como un pedazo de mi amor más profundo, al mismo tiempo que me enorgullezco de haber formado un pedazo tan importante del suyo. 

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